lunes, 25 de abril de 2011

Charlas con todo, menos con café


20 de noviembre de 2010
Un buen día, mi querida amiga Male me dijo con entusiasmo que deseaba regalarme algunos libros, para alentar así, mi febril deseo de ser escritor. Estos obsequios, aceptados de mi parte con la emoción de quien a través ellos se siente apreciado, no podían ser sino obras de la escritora que en estos momentos de mi vida alumbra el sendero que en cierto instante, como tocado por un ángel, decidí transitar. Este camino al que me refiero es el de la creación literaria. La musa de quien hablo, es Ethel Krauze.
     Debido a un malestar repentino que me impidió correr a mi librería favorita en Cuernavaca, el Día Nacional del Libro, pospuse mi viaje a esa bella ciudad que me ha inspirado más de un poema, hasta el pasado miércoles. Tras arribar a mi destino, la destreza de un conductor que sorteó el denso tráfico citadino, me llevó hasta la avenida Teopanzolco, donde me esperaban los títulos anhelados, dispuestos a ser degustados con un delicioso café de por medio. Esta oportunidad, me permitió reencontrarme aquella tarde con la escritura de Ethel: sencilla y seductora, exquisita y ágil.
     El primero de los libros de Ella, sobre el que hoy les hablaré, se titula “Charlas de café con Victoriano Huerta”, editado en el marco de la celebración del Centenario de la Revolución Mexicana. En él, Huerta inicia por susurrar ¡Saaaluuud!, detrás de la oreja izquierda de una audaz escritora que lo invoca con vehemencia, tras asumir  que “el vals que le ha tocado bailar”, es consecuencia de ser insensata una vez más, y elegir al “malo de la historia”, ¿o debería escribir “de la Historia”? Así, la escritura se le revierte a la literata trasnochada que cual alma en pena, termina siendo un personaje más de aquella aventura que ella misma imagina.
     Desde las terrazas del Castillo de Chapultepec en los albores del siglo XX, hasta los festejos por los cien años del inicio de la Revolución en el Zócalo de la Ciudad de México, la escritora y el General, charlan en medio de circunstancias y escenarios, que le perturban a ella y le hacen revivir en agradable compañía femenina a él, momentos decisivos en que las razones detrás de cada decisión que Huerta va tomando, quedan soterradas en una historiografía que enmascara los matices de los protagonistas de los acontecimientos que repercuten en el devenir nacional, y los termina transmutando en seres ficticios: buenos o malos, héroes o villanos.
     La escritora, no obstante, apasionada por “descubrir el lado oscuro”, frente a su cómplice instrumento de trabajo –una computadora personal–, se atavía lo mismo con un sombrero verde brillante, con holán al frente y una inmensa flor color de rosa a un lado, que se enfunda en sus habituales jeans, zapatos tenis y sudadera, con tal de cumplir su cometido de darle voz a un actor perennemente silenciado en la historia de bronce. Por ello, en las páginas finales de las charlas –con todo, menos con café, para antojo de quienes disfrutamos lo mismo del champaña que del pulque– la escritora, habiendo ya desmitificado a Huerta, le ofrece lo inaudito: ¡Es tu turno, Victoriano…! ¡Aprovecha la oportunidad! ¿Qué quieres decirle a México? ¿Cómo quieres que te recordemos? Y entonces, él responde. Quizá también alcance a ver desnudo de sus mitos a un país, aferrado a sus mentiras disfrazadas de verdades irrefutables, en nombre de la construcción de una identidad nacional.
     Les invito a charlar con Victoriano Huerta, a través de la pluma inteligente de Ethel Krauze.
     Felicidades a todas y todos los participantes en el Desafío de escritura “La Revolución Mexicana. Herencia y significados”. En breve, ¡los textos ganadores! Escríbanme: el_ladron_de_libros@live.com.mx

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