lunes, 27 de febrero de 2012

El nuevo Manual para perversos de José I. Delgado Bahena



Hermes Castañeda Caudana

Hace un año, en este mismo recinto, me encontraba entre el público como uno más de los curiosos que deseaban tener entre sus manos, esa misma tarde, un Manual para perversos. Hoy, que he sido distinguido con el honor de tu invitación, querido amigo José I. Delgado Bahena, deseo hurgar en esto que haces y que sabes hacer con maestría, y que es un modelo para quienes venimos andando a tu lado, en la aventura de hacer de las palabras, conjugadas y tejidas como filigrana, una obra de arte.
     ¿De qué te alimentas, José, para dar forma a tus historias? ¿Cómo aprendiste a mirar como lo haces? ¡Cuéntame! O déjame que intente esclarecerme algunos secretos de tu proceso creador, desvelando la poética implícita en tu arte, para que además de leer lo que escribes, lea cómo lo naces para poder seguirte.
     En cierta ocasión, buscando en Facebook las últimas actualizaciones en tu ocupada agenda, observé que un amigo tuyo te aseveraba, conocer el origen de tus historias.
     –Se me hace que eso que cuentas lo viviste –te decía.
     Tú, conocedor del oficio y también de lo inútil que puede ser el explicar la génesis de la escritura a quien no ha vivido la experiencia literaria, no te molestaste en malgastar tus argumentos y respondiste en el mismo tono en que fuiste interrogado: festivo y sin formalidad.
     Tiempo atrás también recuerdo que se te acusaba, de ser el doble de perverso que tus personajes porque ¿cómo si no era de ese modo escribirías esos relatos, escalofriantemente verosímiles y sospechosamente cercanos a sucesos que todos conocemos?
     Tampoco ante eso hicieron falta explicaciones. Además, como siempre sucede, tus críticos aumentaron tus ventas, porque es de sobra conocido que si algo quiere acrecentarse, entonces hay que censurarlo o prohibirlo.
     Sin duda es cierto, mi amigo, que abrevas de lo cotidiano para escribir. Lo que no sabe plenamente, sin embargo, quien te cuestiona, es que si encontraras en torno tuyo las historias ya construidas, poco sería lo que tú aportaras, y entonces serías cronista, pero no un artista de la palabra. Seguro estoy, por el contrario, que las historias en que habitan tus personajes, si bien nacen de algo que tú has presenciado o protagonizado, cobran vida propia cuando estás frente al teclado e invocas a la musa, quien te dicta al oído y en completa desnudez, las perversas y exquisitas historias breves que como sabrosos bocadillos nos obsequias en tu columna semanal. Pero es tu vida rica en experiencias y tu inventiva, y no la simple recapitulación de lo acontecido, lo que da trama y desarrollo a la historia, no obstante el tema te sea sugerido por un evento que intempestivamente, te golpee la inteligencia y las emociones en el momento y el lugar más insospechados. El que narra, además, no eres tú. Son los personajes a los que para ello das vida, o es un narrador omnisciente que, en complicidad con el autor –que, como Dios, inventa destinos–, conduce a los personajes protagónicos, a cruzar el umbral entre los mundos de lo normal –lo que sea que eso signifique– y lo extraordinario.
     Tal vez algunos al leer “En la otra orilla” –uno de mis favoritos–, sonrían con asco y retrocedan, distanciándose como dicta la moral de los más conservadores, de la experiencia que transgrede como bofetada al rostro, la prohibición implícita pero férrea, de compartir el padre y el hijo, la misma amante.
     Y qué decir de uno de los personajes que más me impactaron, en “Como una perra” quien, resignada, se deja abrasar irremediablemente por la llama del deseo y, sintiéndose ella misma más allá de su propia esperanza de  retornar al buen camino y rezar diez padres nuestros por lasciva y atrevida, se limita a decir sacrílegamente: “¡Que sea lo que Dios quiera!” Para llevar acto seguido y en sus brazos, al hombre que habrá de disfrutar sin tapujos en unos instantes, hasta la cama donde tendrá lugar la batalla del amor.
     Te aplaudo José porque con esto, somos nosotros quienes nos tumbamos tras frenéticos encuentros amorosos de a tres en la otra orilla de la cama y, mansamente, nos dejamos conducir por la mujer que se adueña al fin de su cuerpo y sus deseos, creyendo que estos son los que la poseen.
     Tus personajes nos ayudan a cruzar el umbral de la normalidad –tediosa y vulgar–, hasta esa fiereza aletargada que llevamos dentro y que, a veces, nos gusta tanto que se manifieste en los otros.
     Los cimientos de los seres que creas, se localizan en tu agudo conocimiento de la condición humana, mi amigo, que compartes con Patricia Highsmith porque, como ella, nos observas con el mismo interés que las arañas a las  moscas.
     Cuidado con los pleitos callejeros, ¡cuidado! No vaya a ser que acuda quien nos despide con un beso cada mañana, a limpiar la sangre de nuestro agresor con sospechosa aflicción.
     Cuidado con la oscuridad estando en multitud, ¡cuidado! No sea que amanezcamos con quien no creímos dormir y, luego, la luz del día nos enfrente a la resaca moral y a la inútil recriminación.
    Tus personajes, José, nos permiten vivir también a tus lectores esas otras vidas posibles en la literatura, de las que habla Ángeles Mastretta cuando se refiere al oficio de escribir.
    ¿Por qué si no es así podría interesar a tus seguidores la narrativa de lo cotidiano aderezada con vueltas de tuerca decisivas y magníficamente logradas? ¿A quién podría importarle la historia de una abuela que recobra la viveza de sus años mozos cuando los parientes como buitres tan solo aguardaban por su pronta muerte para ser declarados herederos? ¿A quién le interesaría el encuentro con la orientación del deseo de un estudiante del CAM de Iguala o el silencio por el que opta José Luis para no declarar a Fausto su amor sino cuando ya es demasiado tarde?
     En la literatura se vive con otros, se sufre o se ríe con otros y, si se da la ocasión, también en compañía se traiciona o se da un golpe mortal ante la perfidia.
    En mi mente, como Aldo, he deseado castigar el perjurio a mi amor con un golpe de cuchillo sobre el pecho, mientras Yovanni Catalán entona con voz prodigiosa, un tema de Verdi.
    En el más puro estilo de la literatura negra –evocándome a Ingrid Noll–, también quisiera que la suerte me auxiliara y el piquete mortal de algún insecto, me ahorrara la molestia y el esfuerzo de un asesinato, por mí detalladamente planeado.
     Las historias en que soy otros, José, me son verosímiles y me vuelvo, antes que cómplice de los perversos a que das vida con tu pluma, cómplice tuyo. Te creo. Me sitúo en tus puntos de vista y sigo con atención tus voces narrativas. Cuéntame, amigo, una nueva historia de mi propia perversión cada semana. Muéstramelas todas juntas en éste y los tomos que faltan. Aquí me tienes junto a tantos lectores que, ávidos de tus historias como lo estuve desde aquella tarde de marzo en que te miraba con delectación desde el gentío, te leemos, te admiramos y aprendemos de ti.
    Gracias, José I. Delgado Bahena por escribir como lo haces y por ser tan generoso con lo que sabes hacer. Gracias por ser tú también mi cómplice en la aventura de escribir nuestra vida y de formar strippers literarios. Eres padrino de los Locos Escritores, no lo olvides. Y estoy seguro también, que así como hoy volviste realidad mi sueño de estar esta tarde codo a codo junto a ti conversando sobre tu nuevo libro, muy pronto tú comentarás mi primer atrevimiento editorial en este emblemático recinto y, entonces, habrá otro motivo para la fiesta en torno a la literatura y los abrazos entre amigos.
    Felicidades por un éxito más. Sigue. Somos muchos los que vamos junto a ti.

Museo a la Bandera y Santuario a la Patria de Iguala de la Independencia, Gro.
26 de febrero de 2012.

miércoles, 8 de febrero de 2012

¡Las palabras dan alas!


Hermes Castañeda Caudana
Las maravillosas alas de las palabras traen al ladrón de libros a su nueva casa: Gran Quincenal Página 12 Guerrero. Por ello agradece al Director General, Licenciado Mario Raúl Hernández García y a la Gerente General, Gabriela Salgado Reyna, la espléndida invitación para sumarse al equipo de trabajo de esta publicación de vanguardia. Cada quince días el duende de precioso cargamento intentará endulzar sus oídos con probaditas de buenos libros, o bien, escritos inspirados en éstos o en sus autores. Así también invitará a ustedes a resolver divertidos juegos de ingenio y, en otras ocasiones ¡a escribir! Las justas recompensas por responder a estos desafíos serán libros para su disfrute en compañía de su bebida favorita y, quizá, el aroma del más exquisito incienso. En esta primera entrega literaria, el ladrón de libros les ofrece un cuento inédito inspirado en “Los locos somos otro cosmos” de Óscar de la Borbolla, de su libro Las vocales malditas. La primera recompensa será un ejemplar de esta obra ¡para quien se atreva a crear la propia con ingenio y osadía! El desafío consiste en escribir un cuento en cuyas palabras se emplee tan solo –además de consonantes– una vocal a elección personal. Sus participaciones serán bienvenidas antes de la siguiente publicación, en: el_ladron_de_libros@live.com.mx
Y, con ustedes, “¡Las palabras dan alas!”
Ana habla para Sara, las más granadas palabras:
     –Sara, ¡las palabras dan alas! Ámalas.
     –¿Amarlas, Ana? ¡Tal hazaña! ¡Las palabras jamás dan la cara!
     –¿Hazaña, Sara? Las palabras hablan tras cada faz, ¡hablan al alma! ¡Cantan a la mañana! Hazlas andar, ¡las palabras andan! Andan al alba, ¡cantan!
     –¿Cantan, Ana? ¿Las palabras tan amargas? Las palabras hartan hasta a la más santa. ¡Las palabras dan sarna!
     –¡Basta, Sara! ¡La sarna da nada más a las calladas! Las palabras dan pan, dan casa.
     –¿Casa, Ana?
     –Las palabras alzan la más alta casa, la casa amada, la casa más sacra, la casa aclamada al cantar las más caladas jaranas: ¡Casa armada para las palabras! ¡Para sanar al alma!
     –Ana, ¿al hablar cada alma sana?
     –¡Cada alma, cada cara, cada mañana, cada cantar, cada arpa! Callar da armas a la saña, a la patraña.
     – ¡Habla más, Ana, habla más! –clamaba Sara.
     –Las palabras dan paz, las palabras dan alas. Callar chala a las almas más sanas. Canta las palabras, Sara, ¡dan las ganas a cada mañana! ¡Ama las palabras!
     –Ana, amansas las ganas amargas para atajar las palabras. ¡Habla, habla...!
     –Las palabras arañan la cascada, bajan amansadas a la cañada. Las palabras bañan la casa alzada al cantar arpas, jaranas, maracas… ¡Las palabras sanan! Cada mañana claman al alba: “¡Ama, ama! ¡Amarás cada cara, cada alma!”
     Tras hablar Ana, Sara callaba.
     –Sara, ¿ya las amas? ¿A las palabras? –habla Ana tras charla tan larga (ya cansada, mas agasajada).
     –Las palabras dan alas, Ana. “¡Ámalas, ámalas!” Claman las almas jamás ya calladas. Ana, ¡tan sagaz! ¡Salvas a las atascadas! ¡Maga!
     –Maga jamás, Sara. La más rara. Para las calladas, la mala, la más chalada. Llamada Ana, la atarantada. Para las más salsas, Ana: ¡la más amada! La alada, jamás atada. Bañada cada mañana al cantar las sagradas, amadas… palabras.