sábado, 19 de mayo de 2012

Carta a Lupita Calles, autora de Cromosoma X


Querida Lupita:
Eres todas las mujeres que viven en ti; la subversiva, la casi tímida, la atrevida, la rebelde, la apasionada, la internauta, la de ayer, la que serás y ésta que hoy vemos aquí. En Cromosoma X. Tu nuevo libro. En la dedicatoria anticipas que no todo lo que narras es verdad; dices: “[…] algunas historias son cuentos […], deseos reprimidos y situaciones que se quedaron grabadas como sobresalientes en mi mente”. (Calles, 2011, p.8). Y sobre aviso –que conste–, no hay engaño. Lo que hay es arte. Es Literatura.
     En tus escritos se entrevé tu desnudez para quienes te conocemos. Si no es así, no importa. Porque incluso aquellas historias que rescatas de tu olvido, lo más fidedignamente posible y con lujo de detalles, poco habrían de decir a quien te leyera, si sólo de contar tu vida se tratase. Sin embargo, Pipis, tus creaciones cobran el sentido más interesante cuando dicen a otras mujeres y a otros hombres, algo sobre ellos mismos; sobre lo que aman, gozan y sufren; sobre lo que temen, sueñan y viven.
     En varias ocasiones hemos conversado, querida amiga, sobre el prejuicio que existe en torno a la escritura autobiográfica; hay quien dice que ésta no es literatura, que posee tan sólo un carácter anecdótico sin mayor posibilidad de trascendencia. Pero, ¿y si se publica un pasaje de la propia vida declarando que se trata de un cuento o una novela? ¿Dónde se coloca el límite entre lo verdadero y lo inventado en una obra a cuya trama se atribuya una sospechosa similitud con la vida del autor? Y esto, ¿qué importaría, después de todo, si abrevar de las palabras de esa obra nos resulta placentero o inquietante? ¿Quién podría diseccionar los personajes y mirarlos bajo la lupa, a fin de encontrar en ellos al escritor y a los demás seres en que se inspira? Además, ¿por qué lo haría?
     En el texto literario, el espectáculo comienza cuando el autor, tras hacer acopio de lo vivido para invocar a la musa, arropa sus textos. En ese momento, la materia prima autobiográfica se convierte en una obra que ante todo busca ser verosímil y, con técnica e imaginación, difumina tras velos multicolores, la completa desnudez inicial. Esto es a lo que Vargas Llosa (2011) llama el striptease a la inversa. Por eso, Guadalupe, tú y yo somos desnudistas.
     El escenario de la hoja en blanco o la pantalla de la computadora, nos brinda la oportunidad de vestir nuestras vivencias; o mezclar ingeniosamente lo que atañe a  nuestra historia, con lo imaginado, lo deseado, lo temido, lo descabellado, o lo improbable. En el momento de la creación, decidimos el ritmo y los movimientos. El clamor del público o su indiferencia nos indicarán, lo seductor o tibio del espectáculo brindado.
     En tu obra, escritora, se aprecian tu agudeza y tu pericia, y está presente la mano de tus maestros. Utilizas las herramientas que te han mostrado y has hecho tuyas. Así también, cada vez más eres consciente de tu proceso creador y de la forma, en que consigues que la musa se haga presente y, embelesada, se vuelva una contigo, como la inseparable soledad de alguna de tus personajes, y entonces escribas desde la madrugada y en cualquier hora del día o la noche, en que la atmósfera propicia te permite dar vida a más textos; escribes al recordar, al evocarte las canciones los momentos del ayer que hoy reelaboras, y al montarte en ilusiones y quizás, para ser junto a los seres que construyes en tus relatos, esas otras mujeres, Lupita, que has sido ya y que tal vez no serás.
     En tu obra, sin duda estás. También lo estamos cada uno que se atreve a vivir, con la complicidad del lector, las vidas que latentes permanecen, en el tintero de lo posible, de lo aspirable, o del jamás. No obstante, hurgar para encontrar como tesoros, vestigios de tu historia entre tus textos, no es suficiente si quien bebe de tus letras, no te dibuja como la mujer que conocemos tus amigos, tus maestros, quienes te aman, o aquellos que estoy seguro te temen.
     Como mariposas monarca emergiendo de crisálidas, dejas volar en libertad los frutos de tu vientre literario y das a otros lo que eres; porque lo vives, padeces, gozas, sueñas o imaginas. Y es únicamente en este sentido, que eres lo que escribes, que estás en tus palabras, que las mujeres que naciste son espejos; donde te miras de las múltiples formas que eres, y de aquellas que únicamente en lo que escribes, vivirán.
     Cromosoma X ratifica lo vislumbrado por los expertos que se refirieron a tu obra en Atisbos y precipicios; en que te miraron distinta, una voz suigéneris en la narrativa mexicana, que rompe estereotipos, se subleva, resignifica lo femenino y nos deja a todos tus lectores con ganas de saber quién es esa mujer de lucha y corazón implacable, que lo mismo teje historias amorosas, que da reveses a la ignominia, a la mediocridad y a los arneses en que la tradición ha colocado a la mujer, Lupita, que tú no eres; conforme, sumisa, sosegada y oprimida.
     No habremos de buscar –quienes sabemos o creemos saber qué tan cierto es lo que narras, ni quien no tiene interés en corroborarlo– a Lupita Calles en tus historias y manifiestos. Sin duda, vives en tus escritos. Pero es la vida que celebras, la que devuelves para tus lectores más nítida y colmada de tus significados del mundo y de la vida, la que nos obsequias para nadar en ella junto contigo; quienquiera que seas, la que fuere que hayas sido o serás.
     Felicidades, Pipis, por parir para ti y para nosotros una nueva obra literaria. Por mostrarnos los juegos infinitos que es posible realizar con lo vivido cuando se imagina, se inventa, se trabaja con oficio y se recrea la vida en una obra de arte –que sin importar si confiesa verdades o mentiras–, nos produce un gozo inigualable al disfrutarte, al leerte, al abrazarte en cada línea y querer ser tú; acompañar a tus personajes a la sex shop, a sus romances furtivos y virtuales, a las marchas de protesta por justicia social, y perfumarnos con Chanel número cinco y ser tan infieles como se pueda, que la vida se va y el mundo con todos sus entuertos, aquí se queda.
     Gracias por enchinarme la piel con tus palabras; aplaudo tu lucidez y te acompaño. Sigue andando. Al ritmo del rock de los 60’s y 70’s, sácame a bailar. Vuelo contigo, paloma hembra; mujer sin estigmas ni convencionalismos. Magnífica amiga. Escritora chingona. Continúa. Que tu Cromosoma X empuje las palabras que nos faltan; para saber que en tu sexo está la fuerza que te mueve, que te insufla vida, que te hace ser así. Guadalupe. Lupita. Pipis. Mujer de tantos nombres; de tantos hombres y de ninguno. Moradora de tiernas madrugadas. Incitadora de inteligencia. Gran escritora.
Hermes Castañeda Caudana
Madrugada del 16 de mayo de 2012.
Desde La Casa del Cirián.
Obras referidas
Calles Salazar, María Guadalupe (2011) Cromosoma X. Editora Independiente: México.
Vargas Llosa, Mario (2011) Cartas a un joven novelista. México: Alfaguara.

martes, 1 de mayo de 2012

Leer y escribir por contagio

Hermes Castañeda Caudana
Mi nombre es Hermes. Soy escritor y tutor de escritura, o eso digo. Tengo treinta y tantos años, y en mis oídos resuena aquella canción de Víctor Manuel San José en la voz de Ana Belén (Yo también nací en el 53) y, aunque nací varios años después de lo que dice esa letra que tantas emociones me provoca, me identifico con ella porque, como el cantautor, jamás le tuve miedo a vivir, también me subí de un salto en el primer tren y, siendo en todo aprendiz, no me pesa lo vivido. Soy hijo de Don Hiram, a quien no pude decir un último adiós, y de Doña Chely, maravillosa y noble mujer a quien le faltó otra vida para realizar los sueños que en ésta se le negaron. No aprendí a caminar sino a los seis años, edad en que también, mis hermanos Luis y Eugenia me regalaron la magia del lenguaje con olor a tinta, de las revistas cuyo arribo a casa convertía cualquier jornada en una fiesta.
      Ojalá pudiera decir, como mi maestra la escritora Ethel Krauze, que aprendí a leer al mismo tiempo que escribir. Pero yo crecí en un hogar donde nadie leía libros; aquellos artefactos extraños, propios de gente un tanto extravagante, que a no ser por los libros de texto, quizá en aquellos años no habría conocido sino de oídas.
      Hace algún tiempo, algunos amigos del Centro de Maestros de la ciudad de Iguala me invitaron –como hoy lo hizo mi amiga la poeta Mar Arzate–, para que les hablara de la importancia de leer, y no fue sino entonces cuando advertí que hasta la edad adulta, mis encuentros con los libros fueron tan sólo fortuitos; como una danza en que te aproximas y te alejas de tu acompañante, no sin ciertos coqueteos, pero donde no ocurre todavía el roce decisivo de los cuerpos, ni los labios se atreven a obedecer la atracción mutua hasta que, sin remedio, se besan.
      Paradójicamente, la continuación de mi andar como lector no se encuentra sino hasta el momento en que, una vez terminada la carrera de maestro, viví la dicha de encuentros decisivos en mi vida. Al finalizar la licenciatura en que me preparé para ser profesor de escuela primaria, crucé el Atlántico y, en España, me encontré con seres que me alumbraron los pasos que di –aunque titubeante–, los siguientes años y, por ellos, me inspiré a leer. Fue un día del libro en la Puerta de Alcalá, que recibí el primer ejemplar de mi biblioteca, Historia del tiempo. Del big ban a los agujeros negros de Stephen Hawking, que leí varias veces hasta entender a medias, y cuya dedicatoria dice:
      "Recuerda que después de las noches más obscuras llegan los amaneceres más hermosos. Y tu vida debe ser así, cada día, un nuevo reto de aventuras.
      ¡Feliz día del Libro!
      Marisol.
      Madrid, España. 23 de abril de 1997."
      Fue ella, Marisol –lo he dicho decenas de veces y hoy lo repito–, quien me descubrió los libros. Ella fue la mujer que me enseñó a leer.
      En aquellos tiempos –como Marisol me apuntaba en su dedicatoria–, mi vida era más penumbras que amaneceres. Me encontraba apenas de frente con éste que hoy ustedes miran aquí, y vivía en un mundo claroscuro, con más tintes sombríos que luminosidad. No obstante, en mi amistad con los libros la mecha estaba encendida. Ya no eran más aquellos extraños objetos de los que algunos hablaban pero, como los unicornios, no había mirado como parte del mundo real de las personas que conocía, jamás.
      Mis años como profesor de escuela primaria en el medio rural, me dieron tiempo y persistencia para explorar el universo de las modestas bibliotecas de los lugares adonde –pasado el tiempo lo advertí– coloqué los cimientos para convertirme en el maestro que aspiraba a ser.
      Marisol siguió siendo decisiva en aquellos primeros años, en mi amistad con las ideas y las palabras, contenidas en esas páginas que ávido leía; al principio de libros prestados de la biblioteca pública de la ciudad de los tamarindos y, poco a poco, de los ejemplares que como tesoros fui leyendo y cuidando con sumo cariño y que todavía conservo, acompañándose entre sí. Uno a uno y todos, juntos unos con otros; dialogando, susurrándose los secretos en las voces de sus autores y hablándome al oído en cada jornada en que sé que mi vida, no tendría el mismo sentido sin mis queridos libros.
      Mi biblioteca fue creciendo y los libros entraron en mis días por la puerta entreabierta de mi soledad, mis búsquedas y mis deseos, de volverme el que yo quería ser. Llegaron por el camino de las palabras que alimentaran mi lucidez y me mostraran los otros mundos en que creía, y que me ayudaron a sobrevivir las circunstancias en que dudaba que alguna vez, mis sueños pudieran cumplirse –como anhelaba– entre aquellas páginas de Nietzsche, Hermann Hesse, Mario Benedetti, Edgar Allan Poe, Agatha Christie, Antoine de Saint-Exupéry y José Saramago.
      Hace algunos años decidí que, enamorado –como ya estaba– de los libros, robaría a la indiferencia las páginas que, como mariposas, podían desplegarse ante nuevos lectores y seducirlos –como sucedió conmigo– para toda la vida.
      Como maestro de primaria, no me recuerdo ordenando a los alumnos que leyeran. Tal vez, por el contrario, ellos buscaban libros que acompañaran sus días porque me veían leyendo; como naturalmente se bebe el agua y se degustan las frutas, sin necesidad de imposiciones porque son experiencias que se buscan por necesidad y por placer. Bajo este concepto nació mi querido Ladrón de libros; mi columna semanal en el periódico, adonde cada fin de semana desde hace años escribo a mis lectores, sobre mi experiencia leyendo libros y regocijándome en la esplendorosa alquimia de los escritores.
      En este espacio escribo reseñas autobiográficas, y he hallado que lo importante de nuestro contacto con los libros no consiste en saber reseñarlos, sino esclarecer qué significados tuvo y qué cambios ocurrieron en nuestro ser como resultado de la experiencia de su lectura.
      En gran medida lo extraordinario de leer es que también invita a escribir; como también sucede al revés, porque las palabras se llaman unas a otras y, tarde o temprano, quien es lector puede acabar escribiendo y viceversa.
      En mi biografía, encuentro que la experiencia literaria me abrazó sin darme cuenta y, con el paso de los años, al mismo tiempo que me volví lector, descubrí en mí la pasión por escribir. Hoy no entiendo mi vida sin los libros. Pero tampoco la quiero si no tuviera la dicha de poder escribir y compartir con otros mi ser en el mundo, mi locura y mi tristeza.
      Esta otra experiencia –la de la escritura–, me sucedió igual que con la lectura y mi formación como lector. Me fui forjando, paulatinamente, una identidad, ¡y un buen día me descubrí haciendo ambas cosas!, como hago tantas otras; como escuchar la música que disfruto, jugar con mis perros, beber tequila o ir al cine. Leer y escribir son actividades habituales en mí, incorporadas ya por completo a la esencia del que soy y, por eso hoy aquí, ante ustedes, me parece importante decirles que de eso se trata la experiencia con las palabras que se leen o que se escriben: de hacerlas algo inherente a nuestros asuntos cotidianos, naturalizarlas en nuestro hacer de siempre, porque esto es lo que forja identidad y la identidad no se construye prescriptivamente.
      En este mundo loco y cambiante, pese a insistirse más que nunca en la necesidad de la lectura y los libros, desde hace algún tiempo ya, todos estamos leyendo y escribiendo; ejemplo de ello son las redes sociales como Facebook, en que todo mundo lee y, por igual, escribe; si bien ante escenarios, comunidades y circunstancias novedosas y suigéneris, que nos hacen replantearnos quién, cómo y para qué se lee y se escribe hoy.
      Internet ha reposicionado socialmente a la lectura y la escritura; y la posibilidad de establecer redes de lectores y escritores, abre un nuevo universo en el uso de la palabra como arma para la resignificación de uno mismo y para la lucha contra la necedad y la pobreza de pensamiento.
      Como ya lo decía antes, en algún momento leer me llevó a escribir y ambas pasiones me convirtieron en escritor y en tutor de escritura. Esto dio origen a otros espacios en los medios impresos que, además de El ladrón de libros, sentaron las bases de lo que hoy es una red de lectores y escritores, de la que les invito a participar; para que todos ejerzamos el derecho a los libros y a la creación literaria.
      Actualmente administro los blogs Escribir nuestra vida (http://escribirnuestravida.blogspot.mx/), enfocado a los textos autobiográficos; Amantes de las palabras (http://amantesdelaspalabras.blogspot.mx/) , donde perfilo algunas bases teóricas y didácticas del hacer literario; Mi voz desde la escuela (http://mivozdesdelaescuela.blogspot.mx/), blog de textos narrativos experienciales en el marco de la práctica docente; Entre el barro y la espinilla (http://entreelbarroylaespinilla.blogspot.mx/), escrito por futuros maestros de secundaria y dirigido a los adolescentes; Palabras contra el naufragio (http://palabrascontraelnaufragio.blogspot.mx/), donde junto a otros autores se abre el debate sobre temas de actualidad; Se llamaba Hermes (http://sellamabahermes.blogspot.mx/), en que me escribo; y recientemente El arte del striptease (http://elblogdelstripteasealainversa.blogspot.mx/), donde materializo junto a jóvenes creadores literarios el ideal de hacer literatura a partir de la autobiografía. Unos espacios más consolidados y leídos que otros, pero todos surgidos a partir de mi negación de que sólo podamos leer a los autores consagrados, sin reconocer que cada uno de nosotros –con la tutoría adecuada y participando de una comunidad de lectores y escritores–, puede descubrir en su propio ser al artífice de la palabra.
      La experiencia con la creación de una red cada vez mayor de lectores y escritores, me permitió comprender que leer y escribir implican motivaciones que, antes de ser contagiadas a otros, precisan ser disfrutadas por quien será promotor de los libros y la palabra escrita. Uno siempre debe primero probar qué se siente hacer aquello que inculca hacer a otros. Ésta es la esencia de la enseñanza del amor por la lectura y el encuentro de uno mismo en la escritura. Ser para inspirar a ser.
      En esta aventura, son inútiles las órdenes que se le quieran dar a alguien que no desea leer o escribir, para que lo haga. En un contexto adonde se vive cotidianamente en los libros y en el arte de escribir, ya no hace falta instruir a otros para que lean o escriban, ¡ambas cosas se aprenden naturalmente! Hasta el punto de no entender la vida sin hacerlo, de faltarle fragancia y luz a aquellos días, en que uno no abre un libro o toma notas de su andar en el mundo, entre las páginas de un diario personal.
      Antes de compartirles a ustedes algunos escritos sobre libros y escritores con que deseo terminar la primera parte de mi participación en el 2° Festival Guerrerense de la Lectura –excelente evento por el que felicito a sus organizadores y asistentes–, deseo recordar cuando hace un año conocí y tuve la oportunidad de escuchar al maestro Vargas Llosa en su visita a México. Durante su charla, él mencionó que a nadie se le da eso de escribir, pero si escribir es lo que más se desea en el mundo, entonces uno puede convertirse –con persistencia, disciplina y aprendizaje–, en un gran escritor. La creatividad inherente a cada ser humano, es la ventana hacia la experiencia literaria. Bastaría que nos gustara leer y escribir para que siguiéramos el camino amarillo hacia la tierra prometida: el tan anhelado país de lectores y escritores. Inspirar el amor por los libros y creernos que podemos tanto leerlos como escribirlos, es la condición sine qua non para que los niños y jóvenes se formen en la lectura y la escritura. Y en un lugar donde se lee y se escribe por placer, todavía… todavía hay esperanza.      

Chilpancingo, Gro., 2° Festival Guerrerense de la Lectura, 27 de abril de 2012.


Con Mar Arzate; poeta, amante del amor.