lunes, 25 de abril de 2011

¿Bailamos?


26 de marzo de 2011
La realidad es una danza. El bien y el mal bailan juntos, como una pareja de amantes. O, ¿quién de ustedes, estimados lectores, no ha hecho alguna vez un mal por hacer el bien? Alejandro Jodorowsky nos lo recuerda en su autobiografía imaginaria, libro donde arranca recuerdos al olvido y los recrea nítidamente por medio de su escritura, lúcida y luminosa, como noche alumbrada por cocuyos.
     En uno de los primeros episodios, “Pinocho”, Alejandro niño, evoca su deseo cumplido de tener unos zapatos rojos.
     – ¡Oh, qué lindos son! –exclamó Carlitos, su compañero de banco, el más pobre de todos, cuando los miró.
     Durante casi una hora, aquel pequeño se afanó hasta dejarlos brillantes como el sol. Al terminar su trabajo como lustrabotas, Carlitos murmuró, en tanto enjugaba un par de lágrimas:
     –Tienes suerte, Pinocho… Yo nunca podré tener un par así.
     Conmovido, Alejandro le obsequió su tesoro. Más tarde, tras llegar a casa y ser reprendido por Jaime, su padre, el magnánimo pequeñín fue obligado a volver a la plaza para quitarle, si era preciso a golpes, sus flamantes zapatos carmesí, al pequeño a quien momentos antes dio la más hermosa felicidad. Sin embargo, no tuvo que hacerlo: Carlitos volvió sobre el manubrio de una bicicleta, doblado en dos, como flácida marioneta. Las suelas de goma de los botines rojos le hicieron resbalar entre las rocas mojadas. Tras caer al mar, no hubo salvación. Su imprudencia y la generosidad del dueño original del codiciado calzado, lo mataron. Esa experiencia, sumada a otras anteriores, corroboraba al niño que el mundo era un tejido de sufrimiento y placer. Sí, esa era la danza de la realidad: un amasijo de crueldad y belleza.
     Al leer el capítulo del libro del chileno –tarólogo, escritor, actor, director de teatro y cine de culto– dedicado a su infancia, me dije: –Así es como me gustaría escribir mi vida–. Por eso, decidí compartir con los jóvenes participantes de mi taller “Autobiografía”, un par de textos de este libro que me tiene fascinado, incluido el fragmento donde el autor, narra el episodio que les he compartido.
     ¿El resultado? Historias inusitadas que corroboran la tesis de Jodorowsky. Luis, ocasionó un terrible corto circuito a una anciana, tras ayudarle con altruismo a cambiar sus fusibles. Concepción, obsequió una cadena a cierta querida amiga, a quien despojaron de tan preciado objeto en un violento atraco a que dio lugar la codicia por el mismo. Cindy, permitió conducir su moto a una amiga que así lo anhelaba, con fatídicas consecuencias para ésta: una volcadura y múltiples heridas. Con ello, constatamos el ritmo al que baila la vida, cadenciosamente, entre el bien y el mal.
     Pocos libros como “La danza de la realidad”, me han impresionado tanto apenas beber de él un par de madrugadas. Como ninguno, me ha confirmado que la realidad que se escribe cuando uno atrapa en la red de pescador de recuerdos, su pasado, es también producto de la imaginación, no sólo de lo acontecido.
     Nuestra existencia, en el papel, es fantasía y verdad: es un territorio con los bordes difuminados. Puede ser, como la autobiografía de Jodorowsky, un ejercicio imaginario. Gracias a esta libertad, podemos pintar nuestra vida sobre el lienzo inmaculado de la página en blanco, con matices surrealistas y prodigiosos. Al final habremos creado, ¡una esplendorosa obra de arte!
     Y mi separador, apenas ha caminado las primeras páginas…
     Agradezco a ustedes, estimados lectores y lectoras, los comentarios sobre el artículo de la semana pasada, y principalmente, acerca de mi poema en honor a Gaby Brimmer, escritora mexicana, publicado en “Poemario” de Redes del sur. Como siempre, esta vez apreciaré sus opiniones y sugerencias: el_ladron_de_libros@live.com.mx

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