lunes, 25 de abril de 2011

Ganador del Desafío de escritura sobre las celebraciones a la muerte en México


La Educación a debate
El llanto tardío
Roberto Barrera Uribe
Estoy solo en mi casa en la intimidad de mi estudio y de repente, amiguita, tu imagen se dibuja en mi memoria. Los recuerdos de tiempos idos vienen, y se posan en mi mente las imágenes vagas de la última vez que nos vimos.
     No recuerdo cuándo ni en dónde, hace muchos años, en alguna ocasión te comenté que Gabriel García Márquez, o alguien más, no estoy seguro, se quejó con rabia de que su mayor frustración era no poder contar la experiencia de su propia muerte. Mi comentario te impactó, reaccionaste en forma inesperada, tu semblante cambió, tus ojos, ¡ay, tus ojos!, amiguita mía, se abrieron más de lo normal, tomaron un matiz especial, tu cuerpo daba la impresión de haberse transformado en algo duro, como una roca, la rigidez en los músculos de tu rostro era patente. Pero no era una rigidez de enojo, no se vislumbraba cólera, no, no fue ira, esa pasión del alma que según San Agustín “engendra odio y de éste surgen dolor y miedo”, simplemente afloró la emoción en todo tu ser. Al cabo de unos instantes te relajaste y tu semblante se tornó en un estado diferente, de tristeza, como el de una persona que dedica gran parte de su tiempo a las cuestiones espirituales, y pausadamente comenzaste a hablar. De lo que dijiste me acuerdo, más o menos, de esto:
     Con la muerte se cierra un ciclo, termina algo que empezó; la materia, materia al fin, inicia un cambio, lo orgánico se transforma en inorgánico. Yo creo, dijiste, con la muerte empieza una noche larga, la más larga, sin fin, pero en ella, no hay diferencias, las diferencias de la tierra desaparecen y dependiendo de las acciones en vida, las estrellas refulgentes parecen tener un brillo desconocido para los vivos. Aquellos que murieron después de una vida en la que no defraudaron los designios de la naturaleza, los deberes para la patria, su misión de padres, de hijos, de esposos, que cumplieron con su cometido, sirven de guía por los caminos de nuestra existencia, de faro para no sucumbir en las tempestades y por tanto, tienen que sobrevivir a las tinieblas y son lección y ejemplo de los que nos quedamos un tiempo más.
     Y entonces, tus ya enrojecidos ojos, se pusieron brillantes amiguita y dejaron resbalar por tu mejilla una lágrima, que reflejó la luz de alguna fuente luminosa, tal vez una lámpara, o el sol, qué sé yo, no me acuerdo cómo fue, pero esa lágrima emitió destellos brillantes, como los de una piedra preciosa, un diamante tallado en multitud de facetas moviéndose lentamente frente a mis ojos. Empezaste a llorar. Tomando aliento, como pudiste a pesar del llanto continuaste hablando y lo que sigue desentrañó los motivos de tus emociones de aquellos momentos:
     Mi padre acaba de entrar en esa noche que no terminará. Él, fuente de mi admiración durante mi niñez y reto en mi juventud. Su muerte la tomo como algo natural, como efecto cuya causa es la vida, una ley que se acató.
     Y me revelaste con estas palabras que hasta esos momentos el dolor se manifestó en llanto, en un principio no pudiste llorar su muerte, porque las lágrimas de tu madre, de tus hermanos y hermanas, de tus familiares y amistades, inundaron de tal forma tu ambiente durante el velorio y el cortejo, que no hubo lugar para vaciar las tuyas.
     Felicidades a los autores y autoras de los demás textos ganadores y distinguidos con menciones. Ganadores: Joaquín Martínez y Carlos A. Lagunas. Menciones: Samantha Agüero, Luis M. Nava y Elia Z. Román. Para cada uno, como justa recompensa, un buen libro. La siguiente semana, el segundo texto ganador. ¡Muchas felicidades a cada uno de los cincuenta participantes en la convocatoria! Y a Directivos y equipo de Redes del sur: ¡MIL GRACIAS!, por el valioso apoyo de siempre. No dejen de escribirnos: la_educacion_a_debate@live.com.mx

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