lunes, 22 de agosto de 2011

La más exquisita de las revanchas


Hermes Castañeda Caudana

De mi madre, heredé el gusto por los animales. En mi niñez, me recuerdo siempre acompañado por perros y gatos, así como gallinas, patos, guajolotes, pericos, pichones y otras aves que, debido al conocimiento de propios y extraños acerca de mi afición, me eran obsequiadas.
     Cuando evoco escenas de mi mudanza a Iguala en la década de 1980, desde mi natal Gutiérrez Zamora, Veracruz, me miro con toda nitidez con mis pericos Pánfilo y Solovino, dentro de una caja de cartón sobre mis piernas, en la cabina de aquel camión donde asimismo, eran transportadas varias especies más de aves que viajaron conmigo cientos de kilómetros, dejando atrás nuestra historia en la casa donde viví mis primeros años y casi siempre fui tan feliz…
     En la ciudad de los tamarindos continué cultivando mi afición por la crianza de aves de corral, mismas que vivieron conmigo en varios lugares, en tanto hallábamos –mamá, papá, mi hermana, yo y mis animales– uno donde pudiéramos establecernos cómodamente y donde no se suscitaran percances que, otra vez, nos obligaran a cargar con nuestros ya deteriorados muebles, para cambiarnos nuevamente de casa.
     Así transcurrió también mi adolescencia y, en mi adultez, pese a vivir para ese tiempo ya en sitios adonde me era imposible tener todos los animales que hubiera deseado, al menos un perro o un gato fueron mis fieles compañeros de ratos buenos y malos que, junto a ellos, forjaron nuevos episodios de mi historia hasta hoy, en que Arles y Argos, mis adorados cachorros, colman de dicha cada uno de mis días.
     El convivir en todo momento con animales puede crear empatía si se mira en ellos a seres que, como los humanos, también experimentan sensaciones y sentimientos que hacen placentera –o terrible– su vida diaria. Y cuando uno llega a ser empático con su bienestar y necesidades, es motivo de enojo e indignación, el mirar que en muchos casos son objeto de terribles maltratos, o se hallan condenados a pasar los días cautivos, en sitios donde se les priva, además de la libertad, de las condiciones que ellos requieren para cumplir con sus necesidades más elementales y no ver reprimidos –tiránica e inhumanamente–, de golpe todos sus instintos.
     Por eso, al encontrarme con “Crímenes bestiales” de Patricia Highsmith entre los pasillos de una librería en la ciudad de Cuernavaca, y leer la sinopsis, me interesé por colocarme, de la mano de la autora, del lado de los animales y, desde el punto de vista de éstos, adentrarme en las historias prometidas, protagonizadas por elefantes, chivos, ratas, perros, gatos y otros ejemplares sui géneris, donde ellos toman venganza –¿o simplemente buscan la cara a la justicia?– ante amos maltratadores a quienes devuelven los golpes y cobran diversas infamias cometidas en su contra.
     Como Corista, elefanta que recuerda con nitidez la forma en que fue arrebatada con crueldad a su madre y advierte, con una agudeza sorprendente, su sometimiento a los arrebatos y caprichos de un amo abusador que, repentina e inesperadamente, se convierte en la presa. O Barón, que se ve obligado a cargar con Bubsy, hombre a quien no le importa sino su propio confort y, traspasado el límite de su irresponsable y cruel proceder hacia el animal, éste cobra a tan mezquino sujeto, los innumerables maltratos a que fue sometido, ¡de una vez y para siempre! Y la rata más valiente de Venecia, que logra sobreponerse a las mutilaciones que le infringen ciertos malvados mozalbetes que no sospechan que, en la rueda de la vida, también las ratas pueden contar con una segunda oportunidad para enfrentar a sus agresores de antaño.
     “¡Qué bestias tan peligrosas y perversas las de esas historias!” Exclamarán algunos. Sin embargo, cotidianamente se cometen tantas atrocidades hacia los animales que, a veces, habría que preguntarnos quién es la bestia.
     En “Crímenes bestiales”, Highsmith construye personajes animales provistos de una consciencia que quizá no esté tan alejada de la forma en que éstos perciben su relación con los humanos. A su vez, revela en los personajes humanos, la ambigüedad moral que hace que en ocasiones –pese a creernos justos y bondadosos–, actuemos en contra de seres que en desigualdad de fuerzas o de posibilidades de repeler el ataque, se vuelven indefensas víctimas. Pero cuidado: un día el maltrato puede revertirse ¡y azotar al abusador!
     Si le gustan los animales, el disfrute de esta obra le será pleno. Si no, tal vez le resulte interesante alinearse con ellos en este ejercicio imaginativo de Patricia Highsmith donde los crímenes más bestiales, son también la más exquisita de las revanchas.
     Mil gracias a Redes del sur por la oportunidad brindada al cobijar, permitir florecer y fructificar este esfuerzo iniciado en abril de 2010. Etapa, que hoy concluye para dar lugar con toda seguridad a otros comienzos igual de promisorios.
     Los invito a que caminen conmigo en esta nueva fase de “El ladrón de libros”, que en tanto halla una nueva casa en los medios impresos, en ustedes, estimadas lectoras y lectores, tiene su mejor lugar y la más grande gratificación.
     Escríbanme, los espero: el_ladron_de_libros@live.com.mx

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