sábado, 16 de julio de 2011

De tin marín...


Hermes Castañeda Caudana
Soy un lector desordenado. Antier, llegué a la página 105 de “El vuelo del ángel” de Michael Connelly. Llevo leídos cuatro capítulos de “El instante supremo” de Ethel Krauze. Tuve que iniciar de nuevo “El tío del mono” de Jenny Diski, porque ahora que quise continuar su lectura, me di cuenta que no recordaba con nitidez los primeros episodios que leí hace un mes –y que me emocionaron hasta las lágrimas–. A ellos se suma “Mara y Dann” de Doris Lessing, cuyo prefacio leí ayer en la combi camino a casa, tras decidir obsequiarme un libro –a excelente precio–, con el pretexto de que era imperdonable dejar pasar las ofertas de “Julio” en el súper.
     –Es hora de volver a Bauman –me dije asimismo hace tres días y, ahí está también, “El arte de la vida”, esperando por mí en el comedor; salvándose de pura suerte, de las manchas de los bisteces, los huevos fritos, las verduras, el café y el vino tinto, que han desfilado por ahí antes de que yo me otorgue el tiempo necesario, para volver a él.
     Mis libros de la serie Millennium –el II y el III, porque el I lo leí en cuanto llegó a mis manos– me recriminan, desde el librero de mi recámara, no utilizarlos sino para guardar en su interior, los dos o tres billetes que se libran quincenalmente de mi voraz presupuesto.
     Por si todo lo dicho fuera poco, Jodorowsky me mira acusadoramente desde una alacena que alberga otras obras literarias, preguntándome cada noche: –Y a mí, ¿cuándo me toca?
     Cuando me mudé de casa, acomodé en algunas cajas los tantos y tantos libros que he dejado para después, y juré ante ellos, no someterlos más a la ignominia de postergar mi encuentro con sus secretos. Sin embargo, cuando mi lista de lecturas pendientes apenas desciende, ya tengo sobre el comedor, mi escritorio, la cantina, la barra de la cocina o hasta en el baño, nuevos libros a cuyo guiño de ojos –como invariablemente me sucede– no puedo –¿o no quiero?– resistirme.
     Cada vez que hago un recuento de mis más preciados tesoros, retiro la envoltura plástica de alguno y, tras oler el papel y la tinta en su combinación perfecta, me digo: –Ahora sí, éste seguro lo leo.
     A veces cumplo mi promesa y otras no. Depende de mi interés momentáneo, mi estado de ánimo y mi apetito literario.
     Mi fortuna, sin duda, es contar con muchas opciones para nutrir mi imaginación y llenar mi vida, cada vez con más ideas, sueños y ambiciones. Los libros me engolosinan, ¿qué le voy a hacer? Como en el puesto del mercado adonde me llevaba mi papá para escoger sabrosos dulces cada domingo –y que terminaba eligiendo cuando decía “de tin marín…”–, los libros esparcidos por toda mi casa me prometen un mundo de gozo. ¿Novela negra, cuentos eróticos o autobiografía imaginaria? ¿Fábulas pánicas, novela histórica o ensayo? ¿Tragedias griegas, poesía o un manual para perversos? ¿Sociología o crónicas vampíricas? ¿Lo ven? ¡No es tan sencillo!
     Ojalá para ustedes, estimadas lectoras y lectores, sea menos compleja la elección de los libros que leerán este verano. ¿Se animan a compartir en Redes del sur una reseña autobiográfica de una obra que les haya acompañado en estos días? Si es así, espero con gusto sus colaboraciones. Mientras tanto, debo dejarlos. Michael Connelly me espera. ¿O mejor le sigo con “El instante supremo”? No, “El tío del mono”. Sí, eso es, porque ando en un lío existencial, y me identifico con Charlotte, la protagonista. Pero, ¿y qué tal si me pongo más triste? ¡Ya sé, Bauman! Para profundizar en el tema de la felicidad en la moderna vida líquida. ¿O Lessing? ¿Jodorowsky? Ni modo. Lo dejaré a la suerte.
…de do pin güé…
     Como siempre, también los espero en: escribir_nuestra_vida@hotmail.com

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