domingo, 24 de julio de 2011

¡¡¡Extra, extra, asesinato en “Angels Flight”!!!


Hermes Castañeda Caudana
– ¡No he leído un solo libro de Michael Connelly! –Me dije a manera de reproche, tras concluir la película “El defensor” –basada en uno de ellos– con Matthew McConaughey, que vi en el cine hace algunas semanas.
     ¡Qué coincidencia! Poco después me encontré ante una de sus novelas –calificada por la crítica como excelente y de ritmo impecable–, durante las generosas ofertas del mes de julio en un conocido supermercado de “Galerías Tamarindos” en Iguala, Guerrero.
     ¡Qué buena suerte! ¡Qué gran oportunidad! Por supuesto yo, que soy adicto a la compra de libros y a su lectura, no podía dejar de hacerme de un ejemplar.
     – “El vuelo del ángel” –leí en voz alta con mucho interés, el título de lo que prometía ser una buena obra del género detectivesco. En los siguientes días, me debatí entre éste y algunos libros más, que tenía a “medio leer”. Sin embargo, dedicados apenas algunos momentos libres a la lectura de la novela de Connelly, al poco tiempo advertí que ya rebasaba las ciento veinticinco páginas. Estaba enganchado. ¿Qué le iba a hacer? El libro había escogido al lector. 

    Todo comienza con un doble asesinato. Sucede a bordo del funicular conocido como “Angels Flight” en la ciudad de Los Ángeles, California. Catalina Pérez, una de las víctimas, al parecer solamente estaba en el lugar y momento equivocados. Pero Howard Elias… A él sí había quien deseaba matarlo. Con odio. Ello lo corroboraba la forma en que fue ultimado, con más que el único  objetivo de quitarle la vida. Quien le disparó ansiaba tomar revancha. Uno de los tiros, en el trasero de Elias, lo corroboraba. ¿El motivo? Se trataba ni más ni menos que del abogado que demandara una y otra vez al Departamento de Policía de los Ángeles, bajo argumentos de violencia y racismo contra su variopinta clientela –homicidas, violadores y otras linduras similares–. Por eso, el cuerpo policial completo habría estado dispuesto a eliminarlo. Pero, como sabemos, entre el desear y el hacer están los límites de eso a lo que llamamos “civilización”. Por tanto, la lista de sospechosos se reducía a quienes se probara una mayor posibilidad de haber rebasado esos límites. ¡Justo a unos días de la querella de Elias en defensa de Michael Harris!, sujeto hallado culpable del secuestro y asesinato de una pequeña, pero, para su mala – ¿o buena? – fortuna, torturado por algunos policías, en lo que se dio en denominar el caso “Black Warrior”, como la marca del lápiz con que dañaron irreversiblemente un oído del inculpado, al introducírselo con sadismo.
     Sin embargo, no todo es tan simple. Conforme transcurre la trama, se desvela la telaraña. Los hilos invisibles del poder y del dinero, amenazan con corromper el ejercicio de la ley.
     Harry Bosch y su equipo, pese a claros intentos de ser boicoteados por parte de sus propios superiores, descubren paulatinamente, cosas que darán drásticos giros a su investigación. Al parecer, ¡Michael Harris no es culpable! Es cierto, sus huellas se encontraban en el libro de la niña, pero, ¡él había lavado el coche de la madre de ésta –con el libro dentro– en la víspera del terrible secuestro y muerte de Stacey! ¿A quién se busca encubrir en realidad y hasta dónde llegan los tentáculos de la corrupción?
     Al mismo tiempo, en lo que respecta al doble asesinato perpetrado en "Angels Flight", ¡es urgente hallar pronto un culpable! ¿O basta con un chivo expiatorio? Después de todo, se trata principalmente de acallar a una muchedumbre enardecida de Los Ángeles, que amenaza con repetir los disturbios de 1992, porque Elias –el sagaz letrado afroamericano defensor de causas “justas” en contra del “Estado abusador”– era considerado una especie de héroe. ¡Eso sería terrible! ¡Hay que apresurarse a señalar a alguien! ¡Eso es…! ¡Un policía! ¡Así el pueblo verá que nadie está por encima de “la ley”! ¿Quién? ¡No importa! ¡Qué más da inculpar a quien sea con tal de que las máximas autoridades policiales salven su pellejo! ¿Le suena familiar, estimado lector o lectora?
     En “El vuelo del ángel”, Michael Connelly demuestra a través de una estupenda obra con múltiples nudos narrativos que ocasionan no dejar de leerla hasta el final, por qué ha sido galardonado con importantes premios a lo mejor de la novela negra. Si lo atrae el suspense y, en este verano, se halla en busca de buena literatura, tenga cuidado. Connelly lo puede, como a mí, inquietar por voluntad propia, en medio de la búsqueda del asesino y de la esperanza en la justicia que contrarresta la rabia del hartazgo, cuando no se cree más, ni en las propias instituciones que debieran ser baluarte de la honradez y la verdad. No simplemente, fabricantes de culpables.

     Continúa vigente mi invitación para que escriban su propia reseña autobiográfica, sobre su libro favorito de este verano. Los textos más creativos serán publicados en este espacio y, además, recibirán un libro como obsequio. ¿Aceptan el desafío? Los y las espero: el_ladron_de_libros@live.com.mx

sábado, 16 de julio de 2011

De tin marín...


Hermes Castañeda Caudana
Soy un lector desordenado. Antier, llegué a la página 105 de “El vuelo del ángel” de Michael Connelly. Llevo leídos cuatro capítulos de “El instante supremo” de Ethel Krauze. Tuve que iniciar de nuevo “El tío del mono” de Jenny Diski, porque ahora que quise continuar su lectura, me di cuenta que no recordaba con nitidez los primeros episodios que leí hace un mes –y que me emocionaron hasta las lágrimas–. A ellos se suma “Mara y Dann” de Doris Lessing, cuyo prefacio leí ayer en la combi camino a casa, tras decidir obsequiarme un libro –a excelente precio–, con el pretexto de que era imperdonable dejar pasar las ofertas de “Julio” en el súper.
     –Es hora de volver a Bauman –me dije asimismo hace tres días y, ahí está también, “El arte de la vida”, esperando por mí en el comedor; salvándose de pura suerte, de las manchas de los bisteces, los huevos fritos, las verduras, el café y el vino tinto, que han desfilado por ahí antes de que yo me otorgue el tiempo necesario, para volver a él.
     Mis libros de la serie Millennium –el II y el III, porque el I lo leí en cuanto llegó a mis manos– me recriminan, desde el librero de mi recámara, no utilizarlos sino para guardar en su interior, los dos o tres billetes que se libran quincenalmente de mi voraz presupuesto.
     Por si todo lo dicho fuera poco, Jodorowsky me mira acusadoramente desde una alacena que alberga otras obras literarias, preguntándome cada noche: –Y a mí, ¿cuándo me toca?
     Cuando me mudé de casa, acomodé en algunas cajas los tantos y tantos libros que he dejado para después, y juré ante ellos, no someterlos más a la ignominia de postergar mi encuentro con sus secretos. Sin embargo, cuando mi lista de lecturas pendientes apenas desciende, ya tengo sobre el comedor, mi escritorio, la cantina, la barra de la cocina o hasta en el baño, nuevos libros a cuyo guiño de ojos –como invariablemente me sucede– no puedo –¿o no quiero?– resistirme.
     Cada vez que hago un recuento de mis más preciados tesoros, retiro la envoltura plástica de alguno y, tras oler el papel y la tinta en su combinación perfecta, me digo: –Ahora sí, éste seguro lo leo.
     A veces cumplo mi promesa y otras no. Depende de mi interés momentáneo, mi estado de ánimo y mi apetito literario.
     Mi fortuna, sin duda, es contar con muchas opciones para nutrir mi imaginación y llenar mi vida, cada vez con más ideas, sueños y ambiciones. Los libros me engolosinan, ¿qué le voy a hacer? Como en el puesto del mercado adonde me llevaba mi papá para escoger sabrosos dulces cada domingo –y que terminaba eligiendo cuando decía “de tin marín…”–, los libros esparcidos por toda mi casa me prometen un mundo de gozo. ¿Novela negra, cuentos eróticos o autobiografía imaginaria? ¿Fábulas pánicas, novela histórica o ensayo? ¿Tragedias griegas, poesía o un manual para perversos? ¿Sociología o crónicas vampíricas? ¿Lo ven? ¡No es tan sencillo!
     Ojalá para ustedes, estimadas lectoras y lectores, sea menos compleja la elección de los libros que leerán este verano. ¿Se animan a compartir en Redes del sur una reseña autobiográfica de una obra que les haya acompañado en estos días? Si es así, espero con gusto sus colaboraciones. Mientras tanto, debo dejarlos. Michael Connelly me espera. ¿O mejor le sigo con “El instante supremo”? No, “El tío del mono”. Sí, eso es, porque ando en un lío existencial, y me identifico con Charlotte, la protagonista. Pero, ¿y qué tal si me pongo más triste? ¡Ya sé, Bauman! Para profundizar en el tema de la felicidad en la moderna vida líquida. ¿O Lessing? ¿Jodorowsky? Ni modo. Lo dejaré a la suerte.
…de do pin güé…
     Como siempre, también los espero en: escribir_nuestra_vida@hotmail.com

viernes, 8 de julio de 2011

Ellos = Nosotros


Hermes Castañeda Caudana
Hace algunos años leí “Los ahogados”, una novela cuyo autor apenas recordaba debido al tiempo transcurrido y a que, después de aquella obra, no había leído alguna otra del mismo escritor. Sin embargo, mi destino cósmico me hizo posar los ojos, hace algunas semanas, en una portada donde aparece un hombre sobre el regazo de una bella mujer. Ambos se hallan sentados en una escalinata y, junto a la mano izquierda de él, está una botella de vino a la mitad y un vaso caído cuyo líquido se esparce. Los rostros de una y otro me comunicaron una profunda introspección. Ambas miradas están enfocadas hacia ninguna parte. Tal vez porque, tan sólo, hurgan en sus laberintos personales. Ello –me dije–, quizá los une y, asimismo, los separa.
     Una vez retirada la envoltura plástica, llevé a cabo mi ritual preferido: disfrutar el aroma suigéneris del papel. Después, reparé en la textura de las hojas, leí la solapa del libro y me dispuse a iniciar el primer capítulo. Al poco tiempo, advertí que ya conocía al autor: Richard Mason, quien publicó su opera prima, ¡antes de los veinte años! En “Nosotros”, conforme me adentré en la lectura, reconocí una perfecta construcción de los personajes, desde cuyas miradas se entreteje toda la trama y se desarrolla la novela. El tema, es el amor, la amistad y las oscuras pasiones que unen a cualquier grupo que comparte afectos, complicidades y secretos. Julian, Jake y Adrienne, coinciden en la Universidad de Oxford a finales de la década de 1980. Junto a Maggie, conforman un cuarteto cuyas historias se enmarañan y, enlazadas a las de otros personajes cruciales, como Benedict Chieveley –tirano por convicción–, perfilan a través de la peculiaridad de sus experiencias, el retrato de toda una generación en el contexto universitario inglés de hace veinte años. También, al dejarnos atrapar por la escritura de Mason –inteligente e impecable–, podemos viajar a nuestra propia época de estudiantes, porque en cualquier parte del mundo, en las escuelas existen marcados contrastes sociales –incluso en las instituciones educativas de élite–, así como ritos iniciáticos para ser aceptados entre pares, que representan mandatos ineludibles cuando la construcción de sí, depende de las miradas aprobatorias de los iguales.
     El punto culminante de la historia ocurre cuando en el “Ahora” –como le denomina Mason al último conjunto de voces alternadas de “Nosotros”–, tras pasar los años, Adrienne, Julian y Benedict, acuden a la invitación de Jake quien, convertido en artista de vanguardia, monta una exposición en Londres. Ello da la ocasión a los tres, para volver a experimentar con intensidad la influencia de Maggie en sus vidas –incluso a mucho tiempo de su muerte– y, para recordar a Chieveley, que el acosador y poderoso, puede convertirse en la presa. “Sabemos que fuiste tú”, dicen las letras formadas con sangre de cerdo, que se iluminan en el instante cumbre de la exposición y, Benedict, pasa de un temblor incontrolable a una risa estridente. Con esto se desenreda la madeja. Hace años, los otros tres –junto con Maggie, lo que a ésta costó la vida–, pretendieron inculpar a Chieveley de un crimen que él no había perpetrado. Sin embargo, sí había incurrido en la equivocación que llevó a los otros a vengarse: mostrarse como un sujeto odioso y dominante, sobre quien nunca pesó culpa alguna por humillar a los demás. Cuando todos vuelven a mirarse cara a cara, a cada uno persigue su pasado. Julian, en el ayer, no soportó el torrente de emociones que lo atormentaba tras la muerte de Maggie –su hermana–, y abandonó a su amante, Adrienne, quien decidió casarse con un hombre que la deslumbró, sin amor de por medio. Jake encontró en el arte y el alcohol, la manera de acallar el recuerdo imborrable de Maggie, la mujer que para él, lo era todo. Benedict se hizo detestar. Y lo consiguió.
     Ahora, Maggie se revela de nuevo omnipresente en las vidas de Jake, Julian y también de Adrienne, con quien la unió una complicidad absoluta. Incluso muerta, les siguió importando tanto a todos que, al final, se preguntan a una sola voz: ¿qué habría pensado ella de esto?
     Mason aporta con su pluma, un profundo conocimiento de la naturaleza humana y los matices en las relaciones de amor y odio. A través de su voz, da vida a personajes completamente creíbles en cuya configuración paulatina, se alcanza el clímax repetidas veces. En cada episodio, no sobra ni falta una sola palabra. Con cada uno de los sujetos orgánicos que él dibuja, el título de su novela implica también a sus lectores porque después de las primeras páginas, los personajes ya no son seres ajenos a uno ni, mucho menos, meras creaciones febriles de la mente de un escritor. Ya no son solamente ellos. Somos Nosotros.  
     Escríbanme: el_ladron_de_libros@live.com.mx

viernes, 1 de julio de 2011

El Hospicio Cabañas habla; Rubén, escribe sus dictados


Hermes Castañeda Caudana
– Aquí finaliza el recorrido –escuchamos decir a Rubén, tras fascinarnos durante un par de horas a un grupo de visitantes de Guerrero, Jalisco y Puerto Rico, durante nuestra visita al edificio colonial más grande del continente americano: el Hospicio Cabañas, en la bella perla tapatía.
     – Si lo desean –agregó con la permanente sonrisa dibujada en su rostro, que nos obsequió a través de todo el recorrido– pueden leer las historias que les he compartido durante su visita, así como otras más, en mi libro “Si el Hospicio Cabañas hablara”, de venta en la librería de este mismo lugar.
     De inmediato, ante esa invitación, varios de los integrantes de aquel grupo nos dirigimos a los estantes colmados de diversas obras literarias, entre las que distinguimos el libro hacia el que se dirigía nuestro interés. Con esto, se confirmaba la sospecha de algunos de los visitantes, quienes tras los primeros relatos compartidos por Rubén, nos habíamos preguntado: – ¿No será que, además de experto en la historia del Hospicio, él también es escritor?
     En efecto, en 2004, Rubén Rodríguez Corona, licenciado en turismo por la Universidad de Guadalajara, publicó su opera prima tras participar de diversas maneras en la vida cultural de su estado natal, Jalisco. Ahí, él rescata del olvido la memoria aún viva de este magnífico recinto adonde hoy trabaja como guía, denominado también Instituto Cultural Cabañas, en honor al fundador del lugar: el Señor Don Juan Cruz Ruiz de Cabañas y Crespo, obispo de la diócesis tapatía, a finales del siglo XVIII.
     Gracias a la pluma de Rubén y a los dibujos de Francisco Espinoza Cervantes, las páginas de “Si el Hospicio Cabañas hablara” completan el recorrido iniciado entre las capillas, patios y corredores de uno de los edificios más bellos e importantes del mundo, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, en 1997. Sin embargo, esta nueva exploración tiene otros matices, de imaginación y fantasía. ¡Qué audacia, Rubén, al conducirnos así por los recovecos del pasado! De la mano de los niños, niñas y jóvenes que albergó el Hospicio, quienes entretejieron tantas historias en el día a día, que impregnaron el lugar de energía vital, risas, voces y apariciones que no se difuminan ni ante la vista de una multitud, como cuando Julián representó su travieso papel de diablillo en la pastorela, incluso después de marcharse del mundo de los vivos. A través de tu narrativa, sencilla y que atrapa, los amantes de los cuentos y leyendas nos dejamos conducir por tu voz hasta el taller de las muñecas para jugar con Rosita, en las noches que en el actual Museo de Sitio continúa oyéndose su alegre conversación con las amigas de trapo, a quienes se niega a dejar solas pese al mucho tiempo transcurrido.
     Los pequeños dejados a las puertas del Hospicio y recibidos con los alegres ladridos de Coronel, continúan habitándolo para llamar a misa, tirar con precisión de tino sus resorteras y alimentar a las mansas palomas que, como Rubén, son también mensajeras de los episodios que sigue contando a sus visitantes, el edificio que acogió y permitió surgir tantas historias que, mientras haya quien las recuerde, seguirán vivas.
     Por eso, el libro de mi amigo, escritor jalisciense que sabe de la importancia de recuperar la tradición oral por medio de la tinta y el papel, es además de un libro con valor literario, un testimonio de la vida a través de más de dos siglos, que entra y sale como un río que fluye, de adentro hacia afuera y del presente al pasado, a la sombra de los toronjos y con la atmósfera adornada por el canto de las aves y el aleteo de palomas, en el Hospicio Cabañas que, cuando habla al oído de Rubén, le dicta nuevas historias de uno y otro lado de los límites de la existencia humana, que nos preñan de gozo, placer y evocaciones, y hacen latir con vigor, acompasadamente, el corazón mismo de la joya de Occidente, la majestuosa Guadalajara.
     Muchas felicidades a Lupita Calles Salazar, ganadora del Desafío de escritura convocado la semana anterior en este espacio, cuyo texto se publica hoy en “Escribir nuestra vida”. El ejemplar prometido de “Marley y yo” de John Grogan, ya tiene dueña. Igualmente, hay una merecida recompensa para Beto y Viviana Castrejón Reyes, por responder con tanta calidad narrativa al mismo Desafío.
     Escríbanme, como siempre, recibo con gusto sus comentarios: el_ladron_de_libros@live.com.mx